“La guerra es dulce para quienes no la conocen”. Píndaro.
Libérame Señor de la rima,
asonante o consonante, y dame el ruido continuo y monótono de la lluvia sobre
el techo de zinc de mi infancia. Libérame Señor del avaro conteo de silabas, de
esa aritmetica infame que traba y encadena, y regálame el verbo continuo como
un hilillo de sangre, un arroyo sonajero y cristalino, o un río turbulento de
aguas furiosas. (Abandoné la poesía, hembra esquiva, no por marchita, ni ajada
ni por sus muchos amantes, [es inmortal y siempre virgen], la abandoné porque
los años me atenuaron las pasiones, los delirios, los afanes, y busqué en la
prosa una amante razonable, hembra madura, tranquila, sin apuros, para vivir no
el destello o la pasión insaciable, sino el mero vicio o la pequeña perversión
insobornable). Indúltame Señor del castigo del verso, de su brevedad lacónica
que pontifica en busca del mármol, el laurel, la memoria o el beso, y bendíceme
con la libertad absoluta de la humilde prosa, con su palabra desatada, con su
oleaje y su embriaguez de tumulto de voces, letanías y murmullos, con su
incoherencia, su laberinto subterráneo, con su secuencia palpitante, con sus
largas agonías y sus silenciosos demonios. (Me tomó efebo, vivió en mí y me
enseñó el amor y el desamor, la nostalgia, tiempo hubo en que cada noche la
tocaba con sensualidad de fauno o ansiedad de naufrago, fue confidente y
cómplice, me enseñó a seducir y también a olvidar. Pero los tiempos cambiaron y
el crepúsculo se hizo carne infiel y la negué tres veces y abrí la puerta a la
última fuga). Quitame, Señor, el peso de la estrofa, daga o espada que mutila,
corta, saja o detiene, y brindame el don de la frase extensa y sinuosa como
lana o serpiente. Rescátame Señor de lo sublime, del éxtasis de la iluminación
o la revelación, y abrúmame de lo cotidiano, del detalle y el fragmento, del
exceso, del horror al vacío, a la
superficie desnuda, a la armonía lineal geométrica, dame el entendimiento
para hacer predominar el significantes por sobre el significado, para
desenterrar los asombros de los significantes
puros, sin significación. (Trasegué de los versos de un capitán al otoño de
un patriarca, dejé de ser el que me
gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi
voz no te toca, para ir a ser aquél que se
sintió más triste, más solo que nunca en la soledad eterna de este mundo sin
ti, mi reina, perdida para siempre en el enigma del eclipse, fui desde el
recuerdo que emerge de la noche en que estaba,
al niño que se congeló en el perplejo.)
Extírpame Señor la pretensión de un orden divino, sonoro y misterioso, y
húndeme en el caos elemental y terrestre, sin solución de continuidad ni
místicas leyes secretas. A ti confío, Señor, en esta hora oscura, mi voz entera
y mi búsqueda infinita. Vale.
Referencias, (en cursivas), por orden de aparición:
El campo conceptual del (neo)barroco (Recorrido histórico y
etimológico). Pierrette Malcuzynski
Barroso y sublime: poética para Perlongher. Marcos Wasem
Poema XV. Pablo Neruda
El Otoño del Patriarca. Gabriel Garcia Marquez
La Cancion Desesperada. Pablo Neruda
Paradiso. José Lezama Lima
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