Lo primero es entender, asumir, convencerse, de que “la forma de
poema es una desgracia pasajera”.
Lo segundo es escribir sin pensar en quienes te leerán, porque “el
escritor debe intentar gustarse a sí mismo y si al lector no le gusta, pues
allá cada cual”.
Tercero, escribir como si escribieras un poema pero sin cortarlo en
versos, sino como un todo continuo de imágenes, sensaciones, metáforas etc.
Cuarto, explorar el idioma en busca de palabras bonitas, antiguas,
extrañas, no solo en su significado sino también por su belleza sonora, no
importa si no tienen sentido en el contexto.
Quinto, si es necesario, para mayor hermosura del texto, no respetar
las reglas gramaticales, ni ortográficas, ni sintácticas, ni nada que puede
limitar la absoluta libertad de tu escritura, “comprender que la gramática es
un instrumento, y no una ley”.
Sexto, no temer al caos, la complejidad, lo codificado, los juegos
de palabras, lo enmarañado, lo enredado, lo confuso, lo sin sentido, si es así
como te salió del alma y en ello está lo que querías expresar.
Séptimo, busca tu propia voz literaria, que sea reconocible, por
ciertas palabras, la forma de escribir, por los temas o lo que sea que te
distinga del tumulto.
Lo demás es cosa de ponerse a escribir, como un hábito, sin
limitarse, mientras más escribes de un tema, más barroco te va saliendo. Escribe
de a poco, en la medida que te vienen las palabras, las imágenes, las
metáforas.