jueves, 17 de abril de 2014

OTRO BREVE Y MODESTO EJEMPLO DE ECFRASIS


…un calendario con el pez dibujado en la arena, la flor y los pasos en el borde sobre los tablones pulidos por las lluvias y el trasiego de la orilla, los lápices de colores como un sol de arcoíris, las hojas secas y la madera en fragmento, las castañas escondiendo sus caobas en un cofre erizado, el sendero por el parque lluvioso bajo un paraguas amarillo, los fucsias solemnes de los Dondiego de noche tras el vidrio difusos por las gotas de otra lluvia invernada, los nublados en una danza imponente entre azul cielo y albos algodones, el trigo amasado y dorado sobre la mesa, las pálidas flores radiantes con su pequeño disco solar engarzado en sus acuarelas, los cerezos florecidos en intensos rosados sobre el verde pasto y el caminito a cualquier lado, y la campanita sobre la estrella empolvada,…


En “Extravíos lunares”, F.S.R.Banda 

IMPRESIONANTE EJEMPLO DE ECFRASIS


(Ecfrasis de La Crucifixión de Durero que abre y adelanta la obra “El Evangelio según Jesucristo” de José Saramago.)

El sol muestra en uno de los ángulos superiores del rectángulo,el que está a la izquierda de quien mira, representando el astro rey una cabeza de hombre de la que surgen rayos de aguda luz y sinuosas llamaradas, como una rosa de los vientos indecisa sobre la dirección de los lugares hacia los que quiere apuntar, y esa cabeza tiene un rostro que llora, crispado en un dolor que no cesa, lanzando por la boca abierta un grito que no podemos oír, pues ninguna de estas cosas es real, lo que tenemos ante nosotros es papel y tinta, nada más. Bajo el sol vemos un hombre desnudo atado a un tronco de árbol, ceñidos los flancos por un paño que le cubre las partes llamadas pudendas o vergonzosas, y los pies los tiene asentados en lo que queda de una rama lateral cortada. Sin embargo, y para mayor firmeza, para que no se deslicen de ese soporte natural, dos clavos los mantienen, profundamente clavados. Por la expresión del rostro, que es de inspirado sufrimiento, y por la dirección de la mirada, erguida hacia lo alto, debe de ser el Buen Ladrón. El pelo, ensortijado, es otro indicio que no engaña, sabiendo como sabemos que los ángeles y los arcángeles así lo llevan, y el criminal arrepentido está, por lo ya visto, camino de ascender al mundo de las celestiales creaturas. No será posible averiguar si ese tronco es aún un árbol, solamente adaptado, por mutilación selectiva, a instrumento de suplicio, pero que sigue alimentándose de la tierra por las raíces, puesto que toda la parte inferior de ese árbol está tapada por un hombre de larga barba, vestido con ricas, holgadas y abundantes ropas, que, aunque ha levantado la cabeza, no es al cielo adonde mira. Esta postura solemne, este triste semblante, sólo pueden ser los de José de Arimatea, dado que Simón de Cirene, sin duda otra hipótesis posible, tras el trabajo al que le habían forzado, ayudando al condenado en el transporte del patíbulo, conforme al protocolo de estas ejecuciones, volvió a su vida normal, mucho más preocupado por las consecuencias que el retraso tendría para un negocio que había aplazado que con las mortales aflicciones del infeliz a quien iban a crucificar. No obstante, este José de Arimatea es aquel bondadoso y acaudalado personaje que ofreció la ayuda de una tumba suya para que en ella fuera depositado aquel cuerpo principal, pero esta generosidad no va a servirle de mucho a la hora de las canonizaciones, ni siquiera de las beatificaciones, pues nada envuelve su cabeza, salvo el turbante con el que todos los días sale a la calle, a diferencia de esta mujer que aquí vemos en un plano próximo, de cabello suelto sobre la espalda curva y doblada, pero tocada con la gloria suprema de una aureola, en su caso recortada como si fuera un bordado doméstico. Sin duda la mujer arrodillada se llama María, pues de antemano sabíamos que todas cuantas aquí vinieron a juntarse llevan ese nombre, aunque una de ellas, por ser además Magdalena, se distingue onomásticamente de las otras, aunque cualquier observador, por poco conocedor que sea de los hechos elementales de la vida, jurará, a primera vista, que la mencionada Magdalena es precisamente ésa, pues sólo una persona como ella, de disoluto pasado, se habría atrevido a presentarse en esta hora trágica con un escote tan abierto, y un corpiño tan ajustado que hace subir y realzar la redondez de los senos, razón por la que, inevitablemente, en este momento atrae y retiene las miradas ávidas de los hombres que pasan, con gran daño de las almas, así arrastradas a la perdición por el infame cuerpo. Es, con todo, de compungida tristeza su expresión, y el abandono del cuerpo no expresa sino el dolor de un alma, ciertamente oculta en carnes tentadoras, pero que es nuestro deber tener en cuenta, hablamos del alma, claro, que esta mujer podría estar enteramente desnuda, si en tal disposición hubieran decidido representarla, y aun así deberíamos mostrarle respeto y homenaje. María Magdalena, si ella es, ampara, y parece que va a besar, con un gesto de compasión intraducible en palabras, la mano de otra mujer, ésta sí, caída en tierra, como desamparada de fuerzas o herida de muerte. Su nombre es también María, segunda en el orden de presentación, pero, sin duda, primerísima en importancia, si algo significa el lugar central que ocupa en la región inferior de la composición. Fuera del rostro lacrimoso y de las manos desfallecidas, nada se alcanza a ver de su cuerpo, cubierto por los pliegues múltiples del manto y de la túnica, ceñida a la cintura por un cordón cuya aspereza se adivina. Es de más edad que la otra María, y es ésta una buena razón, probablemente, aunque no la única, para que su aureola tenga un dibujo más complejo, así, al menos, se hallaría autorizado a pensar quien no disponiendo de informaciones precisas acerca de las precedencias, patentes y jerarquías en vigor en este mundo, se viera obligado a formular una opinión. No obstante, y teniendo en cuenta el grado de divulgación, operada por artes mayores y menores, de estas iconografías, sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez, o incluso estrenado, este drama, sólo ese ser, en verdad inimaginable, ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas, aunque sólo uno de ellos, por imperativos del destino o de quien lo gobierna, haya llegado a prosperar, en vida de manera mediocre, rotundamente después de la muerte. Reclinada sobre su lado izquierdo, María, madre de Jesús, ese mismo a quien acabamos de aludir, apoya el antebrazo en el muslo de otra mujer, también arrodillada, también María de nombre, y en definitiva, pese a que no podamos ver ni imaginar su escote, tal vez la verdadera Magdalena. Al igual que la primera de esta trinidad de mujeres, muestra la larga cabellera suelta, caída por la espalda, pero estos cabellos tienen todo el aire de ser rubios, si no fue pura casualidad la diferencia de trazo, más leve en este caso y dejando espacios vacíos entre los mechones, cosa que, obviamente, sirvió al grabador para aclarar el tono general de la cabellera representada. No pretendemos afirmar, con tales razones, que María Magdalena hubiese sido, de hecho, rubia, sólo estamos conformándonos a la corriente de opinión mayoritaria que insiste en ver en las rubias, tanto en las de natura como en las de tinte, los más eficaces instrumentos de pecado y perdición. Habiendo sido María Magdalena, como es de todos sabido, tan pecadora mujer, perdida como las que más lo fueron, tendría también que ser rubia para no desmentir las convicciones, para bien y para mal adquiridas, de la mitad del género humano. No es, sin embargo, porque parezca esta tercera María, en comparación con la otra, más clara de tez y tono de cabello, por lo que insinuamos y proponemos, contra las aplastantes evidencias de un escote profundo y de un pecho que se exhibe, que ésta sea la Magdalena. Otra prueba, ésta fortísima, robustece y afirma la identificación, es que la dicha mujer, aunque un poco amparando, con distraída mano, a la extenuada madre de Jesús, levanta, sí, hacia lo alto la mirada, y esa mirada, que es de auténtico y arrebatado amor, asciende con tal fuerza que parece llevar consigo al cuerpo todo, todo su ser carnal, como una irradiante aureola capaz de hacer palidecer el halo que ya rodea su cabeza y reduce pensamientos y emociones. Sólo una mujer que hubiese amado tanto como imaginamos que María Magdalena amó, podría mirar de esa manera, con lo que, en definitiva, queda probado que es ésta, sólo ésta y ninguna otra, excluida pues la que a su lado se encuentra, María cuarta, de pie, medio alzadas las manos, en piadosa demostración, pero de mirada vaga, haciendo compañía, en este lado del grabado, a un hombre joven, poco más que adolescente, que de modo amanerado flexiona la pierna izquierda, así, por la rodilla, mientras su mano derecha, abierta, muestra en una actitud afectada y teatral al grupo de mujeres a quienes correspondió representar, en el suelo, la acción dramática. Este personaje, tan joven, con su pelo ensortijado y el labio trémulo, es Juan. Igual que José de Arimatea, también esconde con el cuerpo el pie de este otro árbol que, allá arriba, en el lugar de los nidos, alza al aire a un segundo hombre desnudo, atado y clavado como el primero, pero éste es de pelo liso, deja caer la cabeza para mirar, si aún puede, el suelo, y su cara, magra y escuálida, da pena, a diferencia del ladrón del otro lado, que incluso en el trance final, de sufrimiento agónico, tiene aún valor para mostrarnos un rostro que fácilmente imaginamos rubicundo, muy bien debía de irle la vida cuando robaba, pese a la falta que hacen los colores aquí. Flaco, de pelo liso, la cabeza caída hacia la tierra que ha de comerlo, dos veces condenado, a la muerte y al infierno, este mísero despojo sólo puede ser el Mal Ladrón, rectísimo hombre en definitiva, a quien le sobró conciencia para no fingir que creía, a cubierto de leyes divinas y humanas, que un minuto de arrepentimiento basta para redimir una vida entera de maldad o una simple hora de flaqueza. Sobre él, también clamando y llorando como el sol que enfrente está, vemos la luna en figura de mujer, con una incongruente arracada adornándole la oreja, licencia que ningún artista o poeta se habrá permitido antes y es dudoso que se haya permitido después, pese al ejemplo. Este sol y esta luna iluminan por igual la tierra, pero la luz ambiente es circular, sin sombras, por eso puede ser visto con tanta nitidez lo que está en el horizonte, al fondo, torres y murallas, un puente levadizo sobre un foso donde brilla el agua, unos frontones góticos, y allí atrás, en lo alto del último cerro, las aspas paradas de un molino. Aquí más cerca, por la ilusión de la perspectiva, cuatro caballeros con yelmo, lanza y armadura hacen caracolear las monturas con alardes de alta escuela, pero sus gestos sugieren que han llegado al fin de su exhibición, están saludando, por así decir, a un público invisible. La misma impresión de final de fiesta nos es ofrecida por aquel soldado de infantería que da ya un paso para retirarse, llevando suspendido en la mano derecha, lo que, a esta distancia, parece un paño, pero que también podría ser manto o túnica, mientras otros dos militares dan señales de irritación y despecho, si es posible, desde tan lejos, descifrar en los minúsculos rostros un sentimiento como el de quien jugó y perdió. Por encima de estas vulgaridades de milicia y de ciudad amurallada, planean cuatro ángeles, dos de ellos de cuerpo entero, que lloran y protestan, y se duelen, no así uno de ellos, de perfil grave, absorto en el trabajo de recoger en una copa, hasta la última gota, el chorro de sangre que sale del costado derecho del Crucificado. En este lugar, al que llaman Gólgota, muchos son los que tuvieron el mismo destino fatal, y otros muchos lo tendrán luego, pero este hombre, desnudo, clavado de pies y manos en una cruz, hijo de José y María, Jesús de nombre, es el único a quien el futuro concederá el honor de la mayúscula inicial, los otros no pasarán nunca de crucificados menores. Es él, en definitiva, éste a quien miran José de Arimatea y María Magdalena, éste que hace llorar al sol y a la luna, éste que hoy mismo alabó al Buen Ladrón y despreció al Malo, por no comprender que no hay diferencia entre uno y otro, o, si la hay, no es esa, pues el Bien y el Mal no existen en sí mismos, y cada uno de ellos es sólo la ausencia del otro. Tiene sobre la cabeza, que resplandece con mil rayos, más que el sol y la luna juntos, un cartel escrito en romanas letras que lo proclaman Rey de los Judíos, y, ciñéndola, una dolorsa corona de espinas, como la llevan, y no lo saben, quizá porque no sangran fuera del cuerpo, aquellos hombres a quienes no se permite ser reyes de su propia persona. No goza Jesús de un descanso para los pies, como lo tienen los ladrones, y todo el peso de su cuerpo estaría suspenso de las manos clavadas en el madero si no le quedara un resto de vida, la suficiente para mantenerlo erguido sobre las rodillas rígidas, pero pronto se le acabará, la vida, y continuará la sangre brotándole de la herida del pecho, como queda dicho. Entre las dos cuñas que aseguran la verticalidad de la cruz, como ella introducidas en una oscura hendidura del suelo, herida de la tierra no más incurable que cualquier sepultura de hombre, hay una calavera, y también una tibia y un omóplato, pero la calavera es lo que nos importa, porque es eso lo que Gólgota significa, calavera, no parece que una palabra sea lo mismo que la otra, pero alguna diferencia notaríamos entre ellas si en vez de escribir calavera y Gólgota escribiéramos gólgota y Calavera. No se sabe quién puso aquí estos restos y con qué fin lo hizo, si es sólo un irónico y macabro aviso a los infelices supliciados sobre su estado futuro, antes de convertirse en tierra, en polvo, en nada. Hay quien también afirme que éste es el cráneo de Adán, ascendido del negror profundo de las capas geológicas arcaicas, y ahora, porque a ellas no puede volver, condenado eternamente a tener ante sus ojos la tierra, su único paraíso posible y para siempre perdido. Atrás, en el mismo campo donde los jinetes ejecutan su última pirueta, un hombre se aleja, volviendo aún la cabeza hacia este lado. Lleva en la mano izquierda un cubo, y una caña en la mano derecha. En el extremo de la caña debe de haber una esponja, es difícil verlo desde aquí, y el cubo, casi apostaríamos, contiene agua con vinagre. Este hombre, un día, y después para siempre, será víctima de una calumnia, la de, por malicia o por escarnio, haberle dado vinagre a Jesús cuando él pidió agua, aunque lo cierto es que le dio la mixtura que lleva, vinagre y agua, refresco de los más soberanos para matar la sed, como en su tiempo se sabía y practicaba. Se va, pues, no se queda hasta el final, hizo lo que podía para aliviar la sequedad mortal de los tres condenados, y no hizo diferencia entre Jesús y los Ladrones, por la simple razón de que todo esto son cosas de la tierra, que van a quedar en la tierra, y de ellas se hace la única historia posible.

OTRA OPCION PARA ESCRIBIR UN TEXTO NEOBARROCO


ECFRASIS
La écfrasis es la representación verbal de una representación visual. Es un tipo de intermedialidad; puede ser real o ficticia y, a menudo, su descripción está insertada en una narración. La écfrasis clásica puede corresponder en el plan del estilo a la hipotiposis (descripción animada). Tradicionalmente se define écfrasis como “el ejercicio literario que consiste en describir un objeto de arte”. Esta acepción no tiene en cuenta, sin embargo, que la écfrasis no necesariamente se circunscribe a la modalidad descriptiva, sino que bien puede realizarse adoptando modalidades narrativas, dialogadas, expositivas… En algunas écfrasis el autor se limita, en efecto, a describir un cuadro, una escultura, una fotografía, pero en otras no describe sino que narra lo que sucede en la obra visual; convierte las figuras del cuadro en personajes y los paisajes en espacios narrativos, y los introduce en un tiempo para relatar una sucesión de hechos. Por otra parte, la definición determina que la écfrasis es un “ejercicio literario”, pero no especifica a qué género pertenece, precisamente porque puede amoldarse a cualquiera de las tres bases genéricas, a saber, narrativa, lírica y dramática. La descripción, en que consiste una écfrasis, posee un carácter esencialmente estático –comparémoslo con el pintor o el aprendiz de pintor ante una obra de arte que quiere reproducir–; al igual que sucede en las artes plásticas, las acciones se representan congeladas, paralizadas en un marco de simultaneidades, que puede relajarse o para el que no pocos autores tratan de buscar soluciones que aporten movimiento. No obstante, a la simultaneidad propia del objeto, se le añade en la écfrasis la vivencia en la simultaneidad del testigo ocular que realiza la descripción y transmite los detalles del objeto. El ejercicio, realizado a la perfección, ha de provocar que redactor y público se compenetren y empaticen con la situación del testigo presencial. La écfrasis permite que el autor detenga la acción. Se consigue por medio del empleo de esta figura la pausa en la narración, el estatismo del testigo que se deleita o simplemente escrudiña el objeto que tiene frente a él. Este hecho puede suceder incluso en momentos de acción intensa. En consecuencia, la écfrasis es una herramienta que, en manos del autor literario, ofrece unas magníficas posibilidades para la inclusión de digresiones por medio de las que conferir profundidad al relato, realizar juegos temporales o espaciales, anticipar datos o completarlos en la trama, etc. Adicionalmente, la écfrasis, en la medida que despliega los mecanismos de la descripción de un objeto, aporta realismo y, por tanto, en un relato de ficción produce en el público sensación de realidad.

martes, 15 de abril de 2014

POETICA, PERDIDA O LIBERACION


“La guerra es dulce para quienes no la conocen”. Píndaro.

Libérame Señor de la rima, asonante o consonante, y dame el ruido continuo y monótono de la lluvia sobre el techo de zinc de mi infancia. Libérame Señor del avaro conteo de silabas, de esa aritmetica infame que traba y encadena, y regálame el verbo continuo como un hilillo de sangre, un arroyo sonajero y cristalino, o un río turbulento de aguas furiosas. (Abandoné la poesía, hembra esquiva, no por marchita, ni ajada ni por sus muchos amantes, [es inmortal y siempre virgen], la abandoné porque los años me atenuaron las pasiones, los delirios, los afanes, y busqué en la prosa una amante razonable, hembra madura, tranquila, sin apuros, para vivir no el destello o la pasión insaciable, sino el mero vicio o la pequeña perversión insobornable). Indúltame Señor del castigo del verso, de su brevedad lacónica que pontifica en busca del mármol, el laurel, la memoria o el beso, y bendíceme con la libertad absoluta de la humilde prosa, con su palabra desatada, con su oleaje y su embriaguez de tumulto de voces, letanías y murmullos, con su incoherencia, su laberinto subterráneo, con su secuencia palpitante, con sus largas agonías y sus silenciosos demonios. (Me tomó efebo, vivió en mí y me enseñó el amor y el desamor, la nostalgia, tiempo hubo en que cada noche la tocaba con sensualidad de fauno o ansiedad de naufrago, fue confidente y cómplice, me enseñó a seducir y también a olvidar. Pero los tiempos cambiaron y el crepúsculo se hizo carne infiel y la negué tres veces y abrí la puerta a la última fuga). Quitame, Señor, el peso de la estrofa, daga o espada que mutila, corta, saja o detiene, y brindame el don de la frase extensa y sinuosa como lana o serpiente. Rescátame Señor de lo sublime, del éxtasis de la iluminación o la revelación, y abrúmame de lo cotidiano, del detalle y el fragmento, del exceso, del horror al vacío, a la superficie desnuda, a la armonía lineal geométrica, dame el entendimiento para hacer predominar el significantes por sobre el significado, para desenterrar los asombros de los significantes puros, sin significación. (Trasegué de los versos de un capitán al otoño de un patriarca, dejé de ser el que me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca, para ir a ser aquél que se sintió más triste, más solo que nunca en la soledad eterna de este mundo sin ti, mi reina, perdida para siempre en el enigma del eclipse, fui desde el recuerdo que emerge de la noche en que estaba, al niño que se congeló en el perplejo.) Extírpame Señor la pretensión de un orden divino, sonoro y misterioso, y húndeme en el caos elemental y terrestre, sin solución de continuidad ni místicas leyes secretas. A ti confío, Señor, en esta hora oscura, mi voz entera y mi búsqueda infinita. Vale.

Referencias, (en cursivas), por orden de aparición:
El campo conceptual del (neo)barroco (Recorrido histórico y etimológico). Pierrette Malcuzynski
Barroso y sublime: poética para Perlongher. Marcos Wasem
Poema XV. Pablo Neruda
El Otoño del Patriarca. Gabriel Garcia Marquez
La Cancion Desesperada. Pablo Neruda

Paradiso. José Lezama Lima

ATREVIMIENTOS


Atrévete, busca en los socavones de tus húmedas pesadillas las huellas de tus demonios, las marcas de garras en los muros, el lenguaje de la sal apelmazada en las grietas, el resplandor imposible de las luciérnagas subterráneas. Abre las jaulas de los pájaros de las fantasías escondidas y los sueños estremecidos, deja que rompan con sus vuelos las telarañas del miedo, los líquenes colgantes donde anidan brillantes y coloridos insectos, las raíces de las orquídeas epifitas que perfuman las penumbras de tus ojos y los zarcillos de las viñas donde haces la vendimia del insomnio. Navega en las espumas de los rompientes de todos los mares que circundan las islas de tus fugas y regresos. Indaga en las palabras enterradas en el jardín donde sabes las instancias del rocío y de las libélulas por los códigos perdidos. Atrévete a abrir, a navegar, a indagar, a buscar las luces y las sombras, los monumentos derrumbados de tus memorias, las estatuas blancas en mármol que soportan las fuentes de las aguas que cantan los zumbidos de las abejas. Cataloga los fragmentos de los fósiles abandonados y las ruinas de un pasado equivoco que poseen las claves de tus destierros. Urge tus imaginarios para desenterrar los mapas de tu infancia, las cartas astrales de tu adolescencia y los geoglifos de tu vida incesante. Desguaza tus naves naufragadas, destruye los templos con sus ídolos y sus vitrales, borra las pisadas ajenas en las arcillas de tus recuerdos y escribe en otro idioma todas tus biografías. Cataloga y urge, desentierra o desguaza, destruye y borra, pero siempre con el verbo atrevido como una azada o una guadaña. Desata ese cúmulo de palabras entrelazadas para que digan lo que no dicen, y aten y desaten esa luz violeta dorada que fosforece en el oleaje de tu nocturno marino. Explora en las charcas de los bivalvos, de los caracoles de agua y los peces atrapados por las icnitas de los dinosaurios que pisaron el barro primordial. Decanta los sedimentos, imagina los plegamientos terrestres y la erosión de los antiguos parajes que miraste asombrada una tarde con el ocaso acechando. Excava las tumbas abandonadas, atrévete a hundir tus manos en el vocabulario de los reptiles, descifra el rastro de tus propios pasos en las arenas del tiempo. Desata, explora y decanta. Imagina. Excava, hunde o descifra los signos, los símbolos, las imágenes que acuden a ti como ebrios dragones. Solo atrévete. Vale.

Homenaje


Y por ultimo, en las palabras de Francisco Antonio Ruiz Caballero (i), profeta del Surrealismo Neobarroco, “Venga, animaros, queremos ver esos híbridos, esos mutantes, esas paradojas, esas contradicciones, vivientes o no vivientes, reales o no reales, geográficas, zoológicas, o botánicas, humorísticas o dramáticas, tragicómicas o comicotrágicas, bicéfalas o cuasiinoportunas, mixtas o seudoarquetípicas, contrahechas o bienhechas. Trihibridas o polimorficas, imaginarias o reales. En la frontera o en el submundo, llegando al subuniverso o conquistando el suprauniverso. Curvilíneas o semirrectas. Etc, etc, etc.”

(i) A usted, Ruiz Caballero, heresiarca de los cybercafe sevillanos, biólogo del barroco, suma de infinitos enciclopedistas surrealistas, mezcla rara de Gabriel García Márquez y Hieronymus Bosch, de Borges y Cervantes, de Kafka y Cortazar; a usted, Ruiz Caballero, lo veo ante todo como un Gran Poeta. Y luego así: arbitrario, descarado, sexual, desaforado, soberbio, mágico, triunfante, hiperimaginativo, inseguro, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil y genial. (ii)

Un tal F.S.R.Banda

Nota.- El primer texto surrealista/neobarroco fue escrito por el sevillano don Francisco Antonio Ruiz Caballero, y fue publicado en el Grupo Yahoo Poemas del Fuego el 4 de enero de 2006.  Se tituló “Pequeño Relato de Fantasía.” 


(ii) “A usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro; a usted, Borges, lo veo ante todo como un Gran Poeta. Y luego, así: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil e inmortal.” Uno y el Universo. Ernesto Sabato, 1945. 

(Nota a una amiga)


Algo interesante que acabo de descubrir leyendo y revisando tu texto, es el tema de la extensión de las prosas poéticas. Tú sabes que yo siempre trato de que tengan entre 400 y 450 palabras, pero viendo que tú tiendes a las 200, más o menos, me di cuenta de que generalmente cuando escribo, el primer impulso escritural generalmente me lleva también a esa cifra. Y después me cuesta llegar a  las 400. Como que la inspiración lleva a ese número 200 y tantos, y lo que viene después es inspiración racionalizada o forzada, es decir literatura pura, esencia del barroco.


OTRAS INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN TEXTO NEOBARROCO


Escriba libremente sobre lo que le venga a la mente siguiendo su flujo de conciencia, usando palabras o frases para expresar sus emociones aunque sean caóticas, ilógicas, inarticuladas, de manera que representen el curso de sus pensamientos: sus desplazamientos, los saltos de un tema a otro, el fluir del tiempo psicológico. Luego deforme, escinda, fragmente, trasponga, inserte, incruste, coloree, adjetive y sobreadjetive, sin autocensura. Escriba frases muy largas pero hiladas, sin separaciones por comas. E intercale frases muy cortas, de dos o tres palabras o incluso de una sola. Abuse de metáforas, incoherencias, cambios de tiempo, de lugar, de tema. Agregue nuevas ideas, imágenes, acciones, lugares, descripciones. Abuse de nombres de flores, piedras preciosas, minerales, fauna, colores, sabores, etc. Busque material en imágenes oníricas, de pesadillas, de ensoñaciones, de humor sarcástico y de la pasión erótica. Abunde en énfasis y ornamentaciones, elabore y reelabore el texto una y otra vez. Abuse de fantasías, de imaginación y de alegorías, sin hacer correcciones racionales. Utilice las imágenes poéticas para expresar emociones, pero sin seguir nunca un razonamiento lógico. Use palabras poco comunes, arcaicas o modismos locales o de técnicas especializadas, use terminología científica, real o inventada, de la cultura de las artes y las de ciencias raras o de conocimientos específicos. Los textos deben ser en general breves y compactos, sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de un sueño o una pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. El texto no debiera tener mas de 400 palabras, sobre 500 es demasiado extenso, bajo 300 es demasiado corto. Tenga siempre en mente los nueve rasgos que definen el neobarroco: ritmo y repetición; límite y exceso; detalle y fragmento; inestabilidad y metamorfosis; desorden y caos; nodo y laberinto; complejidad y disolución; “más o menos” y “no sé qué”; distorsión y perversión. Asuma que los temas de la literatura están hace mucho tiempo ya agotados, y en un universo donde todo está ya dicho, explicita o implícitamente, solo cabe cambiar las formas, el futuro, desgastadas estas, ha de ser peor. Por lo tanto, lo más importante, en todo este proceso creativo es privilegiar siempre el significante por sobre el significado. Es decir, importa más el como lo dice que lo que dice. El tema es algo secundario lo mismo que el argumento, y bien podrían no existir como tales, sino solo como semillas y rizomas del texto final. Vale.


Nota del autor.- Este texto, como era de esperar, tiene también exactamente 400 palabras.

Nota sobre la poesía


Mi argumento es simple, la poesía ya no da para más, esta agotada, primero se dejó de lado la rima y el conteo de silabas, y apareció el verso libre, después eso también se agotó y surgió la prosa poética, y ahora, con la posibilidad de que cualquier hijo de vecino (o hija) puede publicar en Internet todo esta saturado, todo es repetitivo, la poesía misma está agotada, es cosa de leer lo que hay en los blogs y redes día a día, los mismos amores, las mismas palabras y metáforas, los mismos desengaños, todo calcado, repetido de una u otra forma, por eso hay que experimentar, buscar nuevos vocabularios, nuevas formas de decir, cambiar los imaginarios, los diccionarios, todo, sino la poesía morirá de vieja.

AUN MAS INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN TEXTO NEOBARROCO


Busque en su memoria vivencias, verdaderas o falsas, en sus recuerdos de lecturas, de paisajes o fantasias, de su entorno magico o de su imaginario personal. Escriba lo encontrado sin preocuparse de coherencias, de argumento ni de secuencias lógicas, busque el caos. Intercale algunas citas bibliográficas relacionadas a la temática elegida. Luego deforme, escinda, fragmente, trasponga, inserte, incruste, coloree, adjetive y sobreadjetive, sin autocensura. Escriba frases muy largas pero hiladas, sin separaciones por comas. E intercale frases muy cortas, de dos o tres palabras o incluso de una sola. Abuse de metáforas, incoherencias, cambios de tiempo, de lugar, de tema. Agregue nuevas ideas, imágenes, acciones, lugares, descripciones. Abuse de nombres de flores, piedras preciosas, minerales, fauna, colores, sabores, etc. Busque material en imágenes oníricas, de pesadillas, de ensoñaciones, de humor sarcástico y de la pasión erótica. Abunde en énfasis y ornamentaciones, elabore y reelabore el texto una y otra vez. Abuse de fantasías, de imaginación y de alegorías, sin hacer correcciones racionales. Utilice las imágenes poéticas para expresar emociones, pero sin seguir nunca un razonamiento lógico. Use palabras poco comunes, arcaicas o modismos locales o de técnicas especializadas, use terminología científica, real o inventada, de la cultura de las artes y las de ciencias raras o de conocimientos específicos. Los textos deben ser en general breves y compactos, sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de un sueño o una pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. El texto no debiera tener mas de 400 palabras, sobre 500 es demasiado extenso, bajo 300 es demasiado corto. Tenga siempre en mente los nueve rasgos que definen el neobarroco: ritmo y repetición; límite y exceso; detalle y fragmento; inestabilidad y metamorfosis; desorden y caos; nodo y laberinto; complejidad y disolución; “más o menos” y “no sé qué”; distorsión y perversión. Asuma que los temas de la literatura están hace mucho tiempo ya agotados, y en un universo donde todo está ya dicho, explicita o implícitamente, solo cabe cambiar las formas, el futuro, desgastadas estas, ha de ser peor. Por lo tanto, lo más importante, en todo este proceso creativo es privilegiar siempre el significante por sobre el significado. Es decir, importa más el como lo dice que lo que dice. El tema es algo secundario lo mismo que el argumento, y bien podrían no existir como tales, sino solo como semillas y rizomas del texto final. Vale.


Nota del autor.- Este texto, como era de esperar, tiene exactamente 400 palabras.

Nota personal


Escribir en surrneorroco puede resulta en una prosa compleja, con códigos y metáforas que requieren segundas o terceras lecturas, y aun así quizá no se logren desentrañar, pero eso es, en mi modesta opinión, la gracia de la literatura, cada lector lee según sus vivencias y memorias, traduce a su íntimo lenguaje las imágenes y los verbos que alguien escribió en un idioma de seguro distinto. Lo otro es relatar anécdotas, contar cuentos o historias, hacer discursos. Como dijo Borges: “El deber de un escritor es dar con su propia voz.”, y también “Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad.”. Por último, como dijo el escritor Luis Landeros: “No, a mi me da igual. Me gusta gustar, pero no lo intento. No se puede escribir para gustar y mantener el éxito porque se pierde la libertad esencial de escribir lo que te de la gana. Esa cosa principesca del escritor que escribía a su aire, con cierta altivez y cierto desprecio. Ese es un modo de sabiduría. El escritor debe intentar gustarse a sí mismo y si al lector no le gusta, pues allá cada cual.”

MAS INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN TEXTO NEOBARROCO


Defina un tema u objeto a partir de sus sueños, pesadillas, experiencias, fantasias, noticias, etc. Extraiga de Google frases relativas al tema u objeto elegido que sumen unas 200 palabras. Una las frases según la mejor coherencia posible. Rellene el texto con unas 200 palabras más de su propio vocabulario e imaginario. Deforme, escinda, fragmente, trasponga, inserte, incruste, coloree, adjetive y sobreadjetive, sin autocensura. Escriba frases muy largas pero hiladas, sin separaciones por comas. E intercale frases muy cortas, de dos o tres palabras o incluso de una sola. Abuse de metáforas, incoherencias, cambios de tiempo, de lugar, de tema. Agregue nuevas ideas, imágenes, acciones, lugares, descripciones. Abuse de nombres de flores, piedras preciosas, minerales, fauna, colores, sabores, etc. Busque material en imágenes oníricas, de pesadillas, de ensoñaciones, de humor sarcástico y de la pasión erótica. Abunde en énfasis y ornamentaciones, elabore y reelabore el texto una y otra vez. Abuse de fantasías, de imaginación y de alegorías, sin hacer correcciones racionales. Utilice las imágenes poéticas para expresar emociones, pero sin seguir nunca un razonamiento lógico. Use palabras poco comunes, arcaicas o modismos locales o de técnicas especializadas, use terminología científica, real o inventada, de la cultura de las artes y las de ciencias raras o de conocimientos específicos. Los textos deben ser en general breves y compactos, sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de un sueño o una pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. El texto no debiera tener mas de 400 palabras, sobre 500 es demasiado extenso, bajo 300 es demasiado corto. Tenga siempre en mente los nueve rasgos que definen el neobarroco: ritmo y repetición; límite y exceso; detalle y fragmento; inestabilidad y metamorfosis; desorden y caos; nodo y laberinto; complejidad y disolución; “más o menos” y “no sé qué”; distorsión y perversión. Asuma que los temas de la literatura están hace mucho tiempo ya agotados, y en un universo donde todo está ya dicho, explicita o implícitamente, solo cabe cambiar las formas, el futuro, desgastadas estas, ha de ser peor. Por lo tanto, lo más importante, en todo este proceso creativo es privilegiar siempre el significante por sobre el significado. Es decir, importa más el como lo dice que lo que dice. El tema es algo secundario lo mismo que el argumento, y bien podrían no existir como tales, sino solo como semillas y rizomas del texto final. Vale.


Nota del autor.- Este texto tambien tiene exactamente 400 palabras.

Sobre la extensión de los textos.


Siempre trato de que tengan entre 400 y 450 palabras, pero me he dado cuenta de que cuando escribo, el primer impulso escritural generalmente me lleva también a esa cifra. Y después me cuesta llegar las 400. Como que la inspiración lleva a ese número 200 y tantos, y lo que viene después es inspiración racionalizada o forzada, es decir literatura pura. Y no necesariamente se desvirtúa lo escrito al forzar la extensión, quizás en eso está la gracia, porque una manera de aumentar la extensión es ir sobreadjetivando y poniendo frases mas elaboradas creadas a partir de la inspiración inicial. Ha de recordarse que no se trata solo de 'prosa poética', si no de textos neobarrocos. Lo de las 400 palabras esta basado en una estadística que hice hace algunos años cuando comencé a escribir neobarroco, ese estudio fue sobre las obras del genial precursor del este estilo barroco y surrealista, Don Francisco Antonio Ruiz Caballero.

INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN TEXTO NEOBARROCO


Tome su poema más extenso, y el que más le guste. Idealmente sobre un tema relacionado (opcional). Únalos en uno solo, de manera que las imágenes, ideas, acciones, metáforas etc., vayan de alguna manera generado un poema con algo de coherencia (opcional). Transforme el poema en una prosa, simplemente uniendo los versos. Reescriba el texto introduciendo adjetivaciones y sobre adjetivaciones, nuevas ideas e imágenes. Escriba frases muy largas pero hiladas, sin separaciones por comas. E intercale frases muy cortas, de dos o tres palabras o incluso de una sola. Abuse de metáforas, incoherencias, cambios de tiempo, de lugar, de tema. Agregue nuevas ideas, imágenes, acciones, lugares, descripciones. Abuse de nombres de flores, piedras preciosas, minerales, fauna, colores, sabores, etc. Busque material en imágenes oníricas, de pesadillas, de ensoñaciones, de humor sarcástico y de la pasión erótica. Abunde en énfasis y ornamentaciones, elabore y reelabore el texto una y otra vez. Abuse de fantasías, de imaginación y de alegorías, sin hacer correcciones racionales. Utilice las imágenes poéticas para expresar emociones, pero sin seguir nunca un razonamiento lógico. Use palabras poco comunes, arcaicas o modismos locales o de técnicas especializadas, use terminología científica, real o inventada, de la cultura de las artes y las de ciencias raras o de conocimientos específicos. Los textos deben ser en general breves y compactos, sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de un sueño o una pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. El texto no debiera tener mas de 400 palabras, sobre 500 es demasiado extenso, bajo 300 es demasiado corto. Tenga siempre en mente los nueve rasgos que definen el neobarroco: ritmo y repetición; límite y exceso; detalle y fragmento; inestabilidad y metamorfosis; desorden y caos; nodo y laberinto; complejidad y disolución; “más o menos” y “no sé qué”; distorsión y perversión. Asuma que los temas de la literatura están hace mucho tiempo ya agotados, y en un universo donde todo está ya dicho, explicita o implícitamente, solo cabe cambiar las formas, el futuro, desgastadas estas, ha de ser peor. Por lo tanto, lo más importante, en todo este proceso creativo es privilegiar siempre el significante por sobre el significado. Es decir, importa más el como lo dice que lo que dice. El tema es algo secundario lo mismo que el argumento, y bien podrían no existir como tales, sino solo como semillas y rizomas del texto final. Vale.


Nota del autor.- Este texto tiene exactamente 400 palabras.

SOY EL QUE SOY


Soy geólogo de profesión, actualmente retirado, sin estudios formales de literatura, solo he sido un lector vicioso (y prejuicioso) desde niño, ya hace varios años, después de una vida escribiendo poesía llegué a la certeza de que ya todo estaba escrito, y comencé con la literatura experimental intentando y buscando (modestamente) nuevas formas de expresión, hasta dar con estas prosas que intento sean barrocas, y que se parecen mucho al lenguaje que necesito para escribir lo que necesito escribir. Mi búsqueda literaria personal va por el surrealismo y el neobarroco, en un estilo que los  fusiona en vocabulario y en imaginario, escritos en una prosa que aumente al máximo la intensidad emocional. Cada día que leo las decenas de poemas que se publican en Internet más me convenzo que el deber aquí y ahora es la exploración literaria, la búsqueda de la renovación en la poética, si no la poesía va a terminar como la novela, que está dedicada al mero relato de historias, entretenidas, pero sin ningún valor ni aporte a las Artes Literarias. Por otra parte, ya soy un viejo, escribo solo por el placer de leerme, no he publicado nunca ni es mi interés hacerlo en el futuro, eso me da una libertad ilimitada.



MI SURREALISMO NEOBARROCO


El Surrealismo Neobarroco es una corriente literaria cuyos rasgos principales son la deformación poética de la realidad por una acción fantástica descrita de un modo excesivamente recargado de imágenes, metáforas y adjetivaciones dentro de una narrativa breve y puntual. En sus textos la trama suele ser un aspecto secundario y hay un evidente predominio de la búsqueda de imágenes hermosas, maravillosas, asombrosas y siempre inquietantes, las que provienen de muy diversos campos del conocimiento. Hay un exceso de énfasis y abundancia de ornamentación, siendo claramente un arte "elaborado". La fantasía y la imaginación son evocadas en el lector, abusando del abundante uso de la metáfora y la alegoría, sin correcciones racionales, utilizando las imágenes para expresar emociones, pero sin seguir nunca un razonamiento lógico. Tiene una vocación libertaria sin límites buscando la exaltación de los procesos oníricos, del humor corrosivo y de la pasión erótica, concebidos como armas de lucha contra las obviedades de la literatura actual. Abunda en lo onírico, lo fantasioso a partir de objetos reales, la terminología científica, real o inventada, la cultura de las artes y las ciencias, y no es raro encontrar en estos textos el material de las pesadillas. Sus textos son en general breves y compactos, sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de quien describe un sueño o una pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. Sus ancestros literarios se pueden encontrar en el Fíton  de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, en el Aleph de Jorge Luis Borges, en Paradiso de José Lezama Lima, en El Otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez y en Colibrí de Severo Sarduy. Es en resumen una orgía de imágenes que asombran, asustan, inquietan, maravillan, un delirio onírico hilvanado sutilmente mediante la sola palabra a la realidad, que todos ven burda y opaca y el poeta brillante y misteriosa. Posee una tendencia a las variaciones sobre un tema hasta su agotamiento, o en la búsqueda reiterativa de la perspectiva mas adecuada para su exposición. Está claramente más cerca del neobarroco cubano, que del realismo mágico. Su literatura tiende a ser, en la medida de lo posible, arcaica, barroca, rebuscada, demanda el asombro a través de la emoción, todo forma y poco o nada de fondo, predominio absoluto del significante por sobre el significados, capaz de crear un (o muchos) Universo caprichoso, ni siquiera paralelo, sino absolutamente diverso al Universo del infatuado escritor o del asustado lector. Esta literatura está, o lo más alejada posible de la brutal realidad, o interviene en ella poetizando sus miserias como si fueran burbujas de jabón, iridiscentes pero esencialmente inútiles. En fin, una literatura que pretende estar solo comprometida con la literatura, y a la que le basta, simplemente, con ser leída.


F.S.R.Banda, mismo 

ORIGEN


Postulo [de seguro plagiando] que los temas de la Poesía están hace mucho tiempo ya agotados, y acaso las formas de escribirlos también. Reescrituras, paráfrasis, hiperpoemas, centones, son febriles tentativas de romper la monotonía de la poesía vigente, de evitar el plagio inevitable. Miles, literalmente, de poemas abundan en innumerables, literalmente, paginas web, grupos de Internet, revistas concretas y virtuales, estantes de librerías y bibliotecas, y cada uno de esos poemas posee su intensidad y sus ripios, su pena y su esplendor, su valor como objeto estético y su precio como intimidad expuesta. En un universo donde todo esta ya dicho, explicita o implícitamente, solo cabe cambiar las formas, el futuro, desgastadas estas, ha de ser peor. El escritor y el poeta tienen el deber de buscar su voz, explorar todas las opciones de su arte, agotar con fervor las posibilidades de reflorecimiento, regeneración, renovación de  los misterios del Verbo. Vale.