Escriba querida amiga, escriba
sus desesperos, sus desasosiegos y sus desapegos, también sus desahogos,
escriba para quemar las naves o para encender la última hoguera, embriáguese
con las palabras que ha mordido furiosa en la almohada pero aun no ha dicho en
voz alta ni siquiera frente al espejo, deje que las letras una a una sucedan,
que construyan las palabras del espanto y del jolgorio, porque entre tanta
palabra alucinada dirá la frase que busca sin saberlo, entre esos asombros y
suicidios sabrá lo que nunca pudo o quiso decir, y no será tarde. Envíciese en
largas frases incoherentes, en párrafos caóticos e ininteligibles, abrume a los
burgueses asustadizos y a las damas reprimidas, pierda el sentido, la lógica,
la razón que acuna monstruos en los insomnios, imparta los barrocos que
tremolan en su alma, pontifique, desate aquellos poemitas escondidos en los
libros de su adolescencia y déjelos volar detrás de los desatados perros de las
furias, aniquile los infames monumentos, las huellas en las arenas inútiles y
los falsos corazones tallados por mala mano en las antiguas cortezas de árboles
muertos, manuscriba los jeroglíficos que codifican sus secretos y sus mentiras,
los errores que desviaron su camino, el hambre y la sed, los muchos desengaños
y los pocos misterios que le rompieron el amor. Renuncie a la lógica, a la
sintaxis, a la cordura que se lee para quebrar la víspera de la espera, fluya
turbulenta por un despeñadero, no por un lento cauce de ciénaga dormida,
muérase espantando los fantasmas de todos sus pasados, día por día, convierta
en cenizas los desengaños y los amores, hilvane las pasiones, cualesquiera sea
la vertiente de donde ellas provengan, desarme sus olvidos voluntarios y
póngale máscaras o antifaces, descríbalos, destrípelos, fragméntelos y vuelva a
pegarlos con el mismo caos de su odio, su furia o su rabia, inserte
subrepticiamente la maraña de sus desprecios en los textos del amor perdido,
perfile sus venganzas como rosas espurias, use daga o puñal, saje o cercene,
socave los plintos de sus míticas estatuas congeladas y deje sangrar los
resabios de los besos traicionados y las manos infieles. Mientras otras mujeres
de su edad tejen con la tranquilidad final de una vida ya vivida amorosas
prendas para sus nietos, usted teja y desteja con las lanas de colores de su
imaginación ansiosa el pecador tejido de sus deseos inconsumados. Hay fuegos en
usted que nunca se apagarán, pero ya es tiempo de que deje de ser una mujer
inconclusa. Escriba.
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